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Mostrando entradas de 2017

Cuando todo te recuerda a “eso”

Llevo unos mil años sin escribir (burda exageración), pero es que a veces te surge la necesidad si es que pretendes seguir adelante con normalidad. No sé cómo explicarlo, pero hay asuntos, hechos o situaciones ya sean vividas por ti o por alguien que te importa, que arraigan tanto en ti que se convierten en tu “talón de aquiles”. Es muy pesaroso y angustioso saber que algo que no puedes cambiar, simplemente por haber ocurrido, existido o haberse realizado, ejerce tanta presión sobre tu “ser” que casi no puedes ser la misma persona, al menos mientras “eso” aparezca por tu pensamiento. Sigo métodos absurdos como quitarle importancia (sin éxito alguno), no pensar en ello, o simplemente dejarlo en el pasado y vivir el presente sin miedo, pues no hay nada supuestamente que temer. Pero no, ahí está presente, porque si no es mi mente, son las circunstancias, si no éstas pues ya se encarga el destino de crear momentos, encuentros, palabras o eventos que remuevan algo que aun no siendo mío me d

Las palabras no siempre son sólo palabras

Serán muchos mis intentos por silenciarlo. Tengo puestos todos mis sentidos en controlarlo. A diario, cada minuto, cada instante. Creo que podría estar horas soltando adjetivos, verbos y frases que quizás por ser palabras no funcionaran o transmitieran mi mensaje con veracidad. Pero es verdad. Es tan verdad que a veces da miedo. Da miedo, como da miedo lo que puede ser desmesurado, o inapropiado; lo que por falta de medios puede quedarse corto de tanta responsabilidad que conlleva, de tanto contenido por expresar. Son palabras sí, quizás antes, tiempo atrás, otros las desprestigiaran, las malgastaran, como hacen todos. Las palabras son lo más fácil y al mismo tiempo difícil de soltar, pero creo que todos sabemos identificar su esencia nada más traspasar el umbral de nuestro oído. Una vez esas palabras atraviesan el estribo, el yunque y el martillo, una vez penetran en lo más profundo del entendimiento, deben cumplir su función. Por favor, no cometas el error de todos, tú que tanto h

La temida.

  Se llama costumbre, y a mí no me provoca sentimiento negativo alguno. Sin embargo, muchos hablan de ella con desdén, temen su lado positivo (el único que yo le veo) y creo que confunden su naturaleza con la de la monotonía, y es cuando todo se hace absurdo. El erizo, por analogía, es el protagonista de nuevo aquí. Coinciden el erizo y este temor, y provocan en mí el mismo afecto y tristeza que nunca llegaré a manejar. Me entusiasman los erizos, me apasiona verlos, abrazarlos incluso, a pesar de las posibles eridas, pero es que en cuanto emanan el temor, ese abrazo se hace mortal; el resto de la historia comienza con mi supervivencia al erizo, con mi lucha por evitar que tema, por evitar que se pierda en mis palabras y sólo escuche su miedo y su autoengaño. Me encantaría dejar de luchar, pero estaría dejando ganar al miedo, a la falsa monotonía, al erizo al fin y al cabo. A lo mejor es absurdo, pero tengo la necesidad intrínseca de conseguir que ame la costumbre. Tengo la esperanza

Apartando las moscas

Y la mosca soy yo. Porque sin quererlo voy siguiendo trayectorias casi hipnóticas pero con muy poca soltura y que no llevan a ningún lugar. Porque acudo donde no debo y cuando menos se requiere. Porque las moscas no son del agrado de todos. A veces he creído ser mosca, de tanto que me lo han repetido. Quizás sea algo más, un ángel, un águila, cualquier ser que vuela libremente y que tiene una capacidad inmensa de amar. Pero al final eres lo que quieran que seas, lo que te convenzan ser, lo que te rodea. Me asusta pensar en mi destino y me asusta ver el lado positivo de todo. De este modo siempre se olvida lo hiriente y se ofrecen tantas alternativas, tantas oportunidades, tantos renaceres que terminas perdiendo el orgullo y la dignidad. A veces hay que dejar de sonreír, para que la comisura de mis labios y su capacidad de levantar mis mejillas muy alto, no permitan de nuevo arrugar y achicar mis ojos; de ese modo podré ver la realidad, y no la fantasía que yo más deseo. By Jessik

El realista ajusta las velas

  Uno se quejará de su suerte y con ceño fruncido se quejará del viento, de su fuerza y de su descontrol, de su frialdad y su imprudencia. Hay quien mira al anterior sonriéndole, animándolo y convenciéndolo de que todo cambiará a mejor, que es algo temporal, que el viento puede llegar a ser muy agradable en breve y por tanto puede calmarse y continuar. Pero ni uno, ni otro, ninguno de los dos hará nada. Se ciñen a meditar su opinión. Se centran en emitir sus puntos de vista convencidos de ser poseedores de la verdad y de alguna forma se terminan complementando para avanzar lo mejor posible a través del viento. Pero hay un tercero en cuestión. Odio hacer esto, pero lo llaman “realista”. Yo lo llamaré “el correcto”. Este último ha aprendido a no emitir un juicios previos a la nueva sensación. Pues no todos los vientos son iguales, no todos duran lo mismo y no todos son “vientos”. El correcto hace algo que realmente sirve. El correcto actúa y por tanto se centra en algo importante: “