No es mi afán interrumpir tu camino, y por eso callo.
Callo porque si hablase te detendría, no te tocaría, pero mis palabras lo harían.
Mis palabras serían puñales, lazos y espinas tan pequeñas que nunca podrías divisar, pero te alcanzarían. No te haré daño, nunca lo haría.
Me has dicho hoy que llamemos a todo esto “EL FENECER”.
Pero yo no lo entiendo, no quiero entenderlo. Dices que así suena hasta bonito.
No quiero que ninguno de los dos: ni tú, ni tú…. os alejéis.
Callo porque temo decir algo que suene tan fuerte, que sea tan “escuchable” que ya no haya vuelta atrás, y sé que cuando lo haga, no la habrá. Quizás sólo esté esperando la mejor forma de hacerlo. Quizás nunca lo haga.
Callo también para escucharte, a ti, porque me parece un regalo tu voz, tu presencia, tu forma de pensar, de vivir, de respirar incluso… no quiero interrumpir semejante nirvana.
Callo frente al mundo, y desaparezco, quiero sentir cómo se siente… yo podría desaparecer contigo si me lo pidieras… y no es una burda pantomima sentimental, esto es desastrosamente real.
Si todo fuera una mentira, una broma, un teatro de marionetas… no me daría miedo el FENECER. Pero me callo, y mi silencio, el que tanto amo, me acerca cada vez más a uno, y me aleja más del otro.
Callar hasta que te da por escribir sin pensar que lo estás haciendo… como respuesta algo que no te esperabas, que te llega cuando menos te lo esperas y te puede hacer fuerte o … ¿quién sabe qué?.
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