Si alguna vez alguien me hubiese preguntado con qué “historia” abriría la primera entrada de “Palabras del silencio”, nunca hubiese pensado que un hecho real y vivido hubiese tenido la suficiente fuerza y belleza como para formar parte de un Blog como éste (de tendencia a lo abstracto). Pero lo cierto es que esta historia no habla de la “realidad”, habla de algo que va mucho más allá, habla de su fusión con el pensamiento y los sentimientos que ésta puede llegar a despertar cuando menos te lo esperas, pero cuando más lo necesitas. Así, y sin más preámbulos, me dispongo a contarles que…
… “Hará cosa de una semana, cuando me disponía a llegar a mi destino -aunque aún quedaba un poco-, sin preverlo, crucé la Alameda Principal. Por un instante, el tiempo comenzó a transcurrir lentamente, era maravilloso…era Navidad (no por ello más maravilloso). Eran las luces, los dibujos, lo artificial fusionado con la realidad más natural en frenética armonía. Árboles vestidos de luz, estrellas fugaces que parecían llenar mi cabeza de un cargante –pero no menos ansiado- frenesí, y en el centro de todo, justo dónde ya no cabía un alma, entre las copas de esos bellos árboles y abriéndose paso majestuosamente por entre las frenéticas luces, dejándose ver pero alejándose de mí a la misma velocidad a la que yo me acercaba a ella en mi coche. Era la Luna, era increíble verla así, tan cercana y tan distante al mismo tiempo, tan grande y tan pequeña, tan pendiente y tan ausente…
…Brillaba como nunca, como si fuese la última vez que iba a dejarse ver por allí, ofreciéndome toda la luz que podía, venciendo sin esfuerzo al resto, ya míseras luces que no despertaban en mí ninguna curiosidad. Pensé que quería decirme algo, ya que percibí que sólo yo me percataba de aquello. Pero cuanto más me esforzaba por seguirla con la mirada, por intentar no perderla –y utópicamente llegar a alcanzarla-, más se alejaba de mí (semejante al efecto de los polos similares de un imán…) y más brillaba.
En medio de esta angustiosa lucha, movida únicamente por mi convencimiento de que aquel majestuoso brillo era mensajero de algún camino, emisor de algún mensaje…de repente, todo se paró. Me di cuenta de que Luna ya no se movía, se detuvo en un improvisado instante, y todo debido a que yo también lo hice…me tenía que bajar, ya había llegado a mi destino y me tenía que bajar (tanto del coche, como de la Luna….). Ahora todo cambió, atrás quedó la Alameda, y ella lo sabía, ya no estaba cubierta por el encanto de esos árboles. La Luna ahora brillaba sola, quieta y desnuda de todo aquello que en un principio parecía no merecerla…pero que me percaté que era justamente lo que realzaba su “majestuosidad”. Seguía siendo bella…s í, pero… no sabría cómo explicarlo. La Luna ya no parecía huir como antes, ya no jugueteaba entre las ramas…la Luna, ahora estaba esencialmente sola, y ahora podía yo explicar por qué pasa tan desapercibida, por qué pocos la valoran, por qué nadie la mira… cuándo ella, siempre ha dado todo, siempre está, aunque sólo la notemos cuando “la necesitamos”… Porque… ¿es la Luna bella por su brillo o por aquello que permite acompañar armónicamente a su resplandor?
Sin duda, si la Luna es una incondicional, yo desde ese día que logró seducirme tal cuál es, decidí serlo también.”
Por cierto… era Luna llena.
Maravilloso esto que cuentas.La luna es donde descansa sus ojos la distancia, ésa que tanto daño hace.
ResponderEliminarIncondicional o no, merece la pena que sigas mirando la luna.No todo está tan lejos como crees. Piénsalo.
Lo sé, la luna lo acerca todo y nos hace ver lo pequeños que somos. Las cosa sya nos on tan importantes ni hacen tanto daño cuando la miro...es eso, la distancia y la luna unidas pueden llegar a neutralizarlo todo. Sí, si la sigo viendo de vez en cuando muy cerca, será porque en el fondo no está tna lejos...creo.
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