Monólogo del desencanto
Hoy he descubierto muchas cosas:
Es mejor cortar de raíz
Antes de que se pudra la planta,
Ser indiferente ante la ignorancia,
Pero también ser cortés,
Porque nunca entendería
Lo que es la inteligencia
Y sería un gran exabrupto
Verse reflejada a ella misma
En el espejo de su agua negra…
Los amigos que pensé tenía,
Un día bello, -en ese entonces-,
Fueron sólo fantasía,
No merecían mi corazón,
No entendían el amor
Y su empatía era el irrespeto.
Fui paciente, entregada,
Pero nada sirvió, ¡nada!
Es más, aquella ocre llama
Del ya perdido valor,
Se encendía sin pudor
Y quemaba a su paso
Los pocos retazos de amistad
Que un día quise salvar…
Ahora nada me une a ellos,
Ni siquiera el resentimiento, pues,
Sólo son personas simples,
Que se encuentran de vez en cuando
Y que no endulzan el espíritu,
Ni enriquecen la mente;
Sólo son hombres perdidos
Que no concuerdan en sus actos,
Porque ni entre ellos,
-donde el egoísmo y la envidia,
donde la hipocresía y la mentira reinan
con disfraces de mansas ovejas-,
encuentran algo parecido
a la efímera felicidad
ó a la paz, que en la justicia existe…
Estoy decepcionada y apenada por ellos,
Pero ahora, como un frágil rescate,
Otros con creces llenan ese vacío
Que la pérdida de su cariño ocasionó…
Es que yo nunca les pedí nada,
Excepto el no traspasar
Los límites de la dignidad humana
Y como ellos no conocen aquello,
-ignorante también yo-,
como impíos ladrones usurparon mi vida,
dejando una oscura laguna,
pero enseñándome a ser fuerte…
Lloré, grité
Y hasta creí ilusamente
Que existía la lealtad
Y algo especial sólo con ellos;
Y no es que abrí mis ojos a tiempo,
Al contrario, los cerré
Porque no quería ver
La destrucción caótica de mis sueños…
Ellos no son especiales, ¡no!,
Yo los idealicé así,
Pues al contrario de mi pensamiento,
Son tan manipuladores,
Como una rata en el queso
Y tan cambiantes a conveniencia
Como un trillado camaleón…
Hasta ahora comprendo
Cómo los pude haber llamado
Compañeros míos, mis amigos…
Tal vez no es su culpa,
Por la falta de educación,
Por la falta de cariño,
Por la escasez de comprensión
Y por la inexistencia de apoyo…
Pero uno no puede de todas formas,
Jugar a ser víctima en la tierra,
Pues alguien más astuto,
Puede desgarrarnos el alma…
Y ello son víctimas;
Sus errores y fracasos
Son puramente justificados
Por sus tristes e inalienables pasados;
¡Pues no!
son marionetas del destino,
sobrevivientes de desperdicios,
apéndices mediocres de la sociedad…
Pero, ya no es mi problema
Y a lo mejor ni yo
Soy una verdadera amiga
Por decir todo esto,
Por expresarme amargamente,
Por haberme rendido rápido,
Por no haberlos encaminado
Hacia un mejor destino;
Pero la gran diferencia radica
-y me doy cuenta en este preciso momento-
en que todo lo que percibo y siento
-siendo criticable o tenuemente bueno-
es sincero y con luz de por medio,
pues la verdad es mi espada
y la conciencia mi escudo;
por eso todo lo nombrado
sería un muy pesado armamento
que ellos nunca podrían cargar…
Otros siguen en sus redes,
Sin saber que poco a poco
No serán peces vivos del mar,
Sino la basura en el desierto…
Ahí es cuando comprenderán
Todo el sermón que ahora cuento…
Esta es mi mejor manera
De aliviar en algo mi cuerpo:
Derramar mis lágrimas
En versos de tinta azul
Para ver si en el holocausto
Un ángel del cielo se encarna
En las cuatro paredes que veo ahora…
Humillada, ofendida, traicionada;
Así conocí el jardín del infierno…
Y ahora que me jubilé
De ese aún fresco pasado,
Mi vida es muy triste,
Pero llena de valor y esperanza,
Llena de dignidad y horizontes…
No podría nunca desearles mal,
Por eso les deseo todo bien,
Para que así aprendan a alcanzar
Algo del significado de la amistad;
y no vivan sólo de ilusiones,
Sino que se sumerjan
En el mismo axioma de la realidad…
Así los ojos de la inspiración,
Se secan lentamente del dolor
Y preparan una fiesta:
¡Brindo por el nuevo despertar!
Me encantaría haber escrito esto yo, pero no, esto es obra de Belén Salinas.
Podrías haberlo escrito tú perfectamente.
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