Serán muchos mis intentos por silenciarlo. Tengo puestos todos mis sentidos en controlarlo. A diario, cada minuto, cada instante. Creo que podría estar horas soltando adjetivos, verbos y frases que quizás por ser palabras no funcionaran o transmitieran mi mensaje con veracidad. Pero es verdad. Es tan verdad que a veces da miedo. Da miedo, como da miedo lo que puede ser desmesurado, o inapropiado; lo que por falta de medios puede quedarse corto de tanta responsabilidad que conlleva, de tanto contenido por expresar.
Son palabras sí, quizás antes, tiempo atrás, otros las desprestigiaran, las malgastaran, como hacen todos. Las palabras son lo más fácil y al mismo tiempo difícil de soltar, pero creo que todos sabemos identificar su esencia nada más traspasar el umbral de nuestro oído. Una vez esas palabras atraviesan el estribo, el yunque y el martillo, una vez penetran en lo más profundo del entendimiento, deben cumplir su función.
Por favor, no cometas el error de todos, tú que tanto has escuchado, tú que tanto has vivido. Como todos. Como yo. Las palabras que emanan del propio sentimiento no merecen ser destruídas por la incredulidad de las cicatrices. Esas palabras deben servir de guía a todo un elenco de intenciones y realidades que necesitan de ellas para “suceder”, para “fortalecerse”, para “vivir”.
Detrás se halla un corazón deseoso de comunicar, deseoso de ofrecerse al desenfreno de sentirse útil. A veces las palabras son su única forma de expresión, pues el tiempo, la distancia y las circunstancias no le permiten hacer uso de nada más. Las palabras, benditas palabras, bendita la dicha de poder escucharlas y recibirlas.
Encierra todo esto en el hueco más profunco de tu ser y piensa en las veces que puede que hayas ignorado al corazón. No te sientas culpable, ámalo, estás a tiempo, a tiempo de hablar por él y sobre todo de escucharlo.A tiempo de entenderlo y de aprender a respetarlo. Estamos a tiempo de hacer lo que estamos destinados a hacer.
Las palabras no siempre son sólo palabras.
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